En Huejotzingo, la historia no solo se cuenta. Se esculpe en bronce, como testimonio de un pueblo que respira arte y tradición.
José Pineda, escultor y fundidor, es prueba viva de ese legado. Entre figuras y fuego, transforma metal en memoria.
Su taller es un santuario. Ahí, entre herramientas y silencio, da vida a cocodrilos, elefantes, perros y personajes como Spock de Star Trek.
Acompañado de un tejón sobre la luna, José recuerda que todo comenzó en la infancia. Su padre le sembró el amor por crear.






A los doce años ya moldeaba plastilina. Pero fue hace cuatro años cuando comprendió la magia y el reto de la fundición.
“Ser escultor es la mejor herencia que me dejó mi familia. Algunos de ellos fundieron campanas para Zacatecas”.
Hoy, ese legado lo honra con cada figura que modela. Su más reciente obra: un San Miguel Arcángel, que poco a poco va tomando vida.
Encontrar equilibrio entre el simbolismo y la forma es su mayor desafío. Pero también, su mayor satisfacción como artista.
El proceso no termina en el molde. La fundición exige precisión, fuerza y fe, pues cada error enseña, cada acierto queda para siempre.
José ha fallado, lo reconoce sin pena. Pero no se rinde porque quiere que su hijo aprenda de este oficio.
Sus esculturas ya se exhiben en la Feria de Puebla. Ahí, el arte de Huejotzingo se presenta con orgullo y fuego.
“Pertenecer a Huejotzingo es un privilegio”, dice con firmeza. Desde ahí, pretende dejar huella. No solo con bronce, también con historia.
