El valor de lo humano en un sistema que califica

Digital Administrador

¿Alguna vez escondiste la boleta de calificaciones por miedo a mostrar el terrible 7 obtenido en una de las materias? Sin temor a equivocarme la respuesta es “sí” y te voy a decir por qué. En México, el sistema de calificaciones en el sector educativo utiliza una escala del 0 al 10, donde 6 es la calificación mínima aprobatoria y aplica para todos los niveles educativos, desde la primaria hasta la educación superior.

Aunque el sistema de calificaciones valora el aprendizaje de los alumnos, también mide el desempeño de los docentes, sin embargo, el estrés que genera en los estudiantes es mucho mayor porque pareciera que la calificación resultante está estrictamente relacionada con el valor que le otorgan sus padres, profesores y sociedad en general.

En este sentido, la Encuesta Nacional de Niños, Niñas y Adolescentes (ENNA 2022) reveló que el 73% de adolescentes considera que su desempeño escolar define la forma en que sus familias los valoran. Por otra parte, según un estudio de la Dirección General de Atención a la Salud (DGAS) de la UNAM (2023), 6 de cada 10 jóvenes universitarios presentan síntomas de ansiedad y estrés relacionados con el rendimiento académico.

Estas cifras son alarmantes porque evidencian el peso emocional que tienen las calificaciones en la vida cotidiana de adolescentes y jóvenes. Si bien es cierto que las calificaciones sirven para medir el rendimiento, la dedicación y el empeño en las responsabilidades escolares, así como la atención prestada al docente, no son el único indicador de éxito. No siempre reflejan todo lo que una persona es o sabe, ni su capacidad para aprender, crear o relacionarse.

Por eso, es fundamental recordar que las calificaciones no definen a las personas. Lo que realmente las define es una suma de características como la personalidad, el comportamiento, la actitud, la aptitud, las capacidades, habilidades e inteligencia. Y hablando de inteligencia, hay teorías que proponen una variedad de inteligencias: lingüística-verbal, lógico-matemática, musical, espacial, cinética-corporal, interpersonal, intrapersonal, naturalista, creativa, colaborativa, entre otras.

Desde esta perspectiva, existe una gran diversidad de formas de inteligencia y maneras de aprender. Por tanto, encasillar a los alumnos en un mismo sistema de calificaciones resulta complicado e incluso sufrible. Aunque el sector educativo necesita orden y control, esto no implica que deba jerarquizar el valor humano, porque “sería como usar una regla para medir cuánta agua hay en un vaso: sirve, pero es limitada”.

También es importante considerar que un bajo rendimiento no siempre está relacionado con la capacidad o inteligencia de los alumnos. Puede ser consecuencia de situaciones emocionales, disgusto por la institución o lo que se estudia un entorno familiar complejo, problemas de salud mental, acoso escolar u otras situaciones que ocurren en las aulas y que muchas veces no se identifican a tiempo.

Desde esta perspectiva, como adultos, ya sea siendo padres, docentes o miembros de la sociedad en contacto con adolescente y jóvenes, el reto es ejercer nuestro rol como guías, no como jueces o verdugos. Debemos estar abiertos al diálogo, practicar la escucha activa y validar las emociones. Explicando la importancia que tienen las calificaciones para ingresar a un siguiente nivel educativo, obtener una beca o tener mejores oportunidades profesionales.

Pero, sobre todo, necesitamos promover el autoconocimiento en adolescentes y jóvenes: que descubran qué les interesa, qué les apasiona y para qué son buenos. De esta manera, podrán conectar con lo que estudian desde su propósito y no solo por cumplir con una materia.

Cuando entendemos que el valor de una persona no cabe en una escala del 1 al 10, abrimos la posibilidad de acompañar con empatía, educar desde el propósito y ver más allá del papel que califica.

Teresa Juárez González

IG: @teregonzz14

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