Durante las últimas semanas, he tenido la oportunidad de ser madrina de varias generaciones en escuelas de la capital. Cada ceremonia, más allá del protocolo, es una muestra clara de lo que somos como sociedad: esfuerzo colectivo, trabajo silencioso y esperanza puesta en las nuevas generaciones.
Hablar de educación en estos tiempos es hablar de retos. No es sencillo llegar a una graduación en un país donde miles de estudiantes enfrentan desigualdades desde el primer día de clases. Donde el acceso a internet sigue siendo limitado en muchas colonias y comunidades, donde las madres trabajan jornadas dobles, y los maestros tienen que ser también psicólogos, enfermeros y, a veces, hasta padres sustitutos.
Y sin embargo, se logra. Se gradúan. Cumplen un ciclo. Por eso es importante reconocer el valor real de estos momentos. No se trata de logros individuales que ocurren por arte de magia. Son logros compartidos. Detrás de cada diploma hay muchas manos: la de la mamá que ajustó horarios, la del abuelo que llevó a los nietos a la escuela, la del maestro que no bajó los brazos.
También lo digo con claridad: los reconocimientos deben ser para toda la red de cuidado que existe detrás de cada niña o niño. Porque en este país, muchas veces son las abuelas, las tías, las hermanas mayores, quienes sostienen la continuidad educativa en los hogares. A ellas y ellos también hay que agradecerles.
Durante cada ceremonia repito algo en lo que creo firmemente: la constancia y la disciplina terminan pesando más que el talento. Porque el talento sin trabajo se queda en potencial. Y la disciplina, aunque no sea espectacular, tiene resultados tangibles. Este mensaje es especialmente importante para quienes vienen de contextos difíciles. El camino se puede recorrer, aunque sea cuesta arriba.
Lo que vemos al final de un ciclo escolar no es una postal romántica. Es la prueba de que hay familias que siguen apostando por la educación como única herramienta real para romper la desigualdad. Por eso es urgente seguir impulsando políticas públicas que acompañen a esas familias y a esos estudiantes. Que desde el Estado se garantice una educación pública de calidad, gratuita, incluyente y segura.