Todas las mamás trabajamos: el valor del cuidado no remunerado

Digital Administrador

Ser mamá es, sin duda, uno de los trabajos más exigentes, invisibles y menos reconocidos en nuestra sociedad. Es un rol que se desempeña los siete días de la semana, las 24 horas del día, sin descanso, sin salario y muchas veces sin agradecimiento. Y aunque a algunas se les llama “mamás que trabajan” y a otras “amas de casa”, la realidad es una sola: todas las mamás trabajamos.

Cuidar, alimentar, consolar, educar, acompañar, organizar, administrar, prever. Todo eso que hacemos millones de mujeres a diario no aparece en las estadísticas laborales ni se remunera, pero sostiene vidas, familias, comunidades enteras. El trabajo de cuidados no remunerado es la base sobre la cual funciona toda la economía, aunque por generaciones haya sido tratado como “una responsabilidad natural” de las mujeres, no como lo que realmente es: trabajo.

Y cuando decimos que todas las mamás trabajamos, lo decimos para reconocer también que el hecho de no tener un ingreso formal no significa que no haya esfuerzo, cansancio o sacrificio. Al contrario: muchas madres que están en casa cuidan a sus hijos, a sus padres, a sus parejas, y aún así cargan con el estigma de “no hacer nada”.

En contraste, quienes además de cuidar también trabajamos fuera del hogar enfrentamos jornadas dobles y triples. Salimos a ganarnos la vida y al volver a casa sigue esperando el cuidado, la comida, las tareas, las emociones de la familia. Y muchas veces, lo hacemos sin red de apoyo, sin horarios, sin descanso y —por supuesto— sin reconocimiento.

Por eso, urge hablar en serio sobre la economía del cuidado. Lo que muchas hacemos gratuitamente todos los días tendría un valor económico inmenso si se midiera en términos reales. Pero no se trata solo de cifras: se trata de justicia. Se trata de visibilizar que la maternidad no debe seguir cargándose en solitario, ni romantizándose mientras se desvaloriza.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha planteado ya la necesidad de un sistema nacional de cuidados, y desde el Congreso muchas impulsamos iniciativas para que el Estado deje de mirar hacia otro lado. Las mujeres no necesitamos “ayuda”, necesitamos corresponsabilidad: de las instituciones, de los hombres, de toda la sociedad.

En este mes de mayo, cuando se multiplican las flores, los discursos y las promociones, sería bueno hacer una pausa y mirar de frente. Reconocer a todas las madres que sostienen la vida, dentro y fuera de casa. A las que trabajan en oficinas, en calles, en casas ajenas y en las propias. A las que están solas, a las que lo hacen todo y aún así sienten que no es suficiente.

Todas las mamás trabajamos. Que no se nos olvide cuando se diseñan políticas públicas, cuando se habla de productividad, cuando se decide en qué se invierte y en qué no. Porque reconocer el trabajo de las madres no es solo un gesto bonito, es un acto urgente de justicia social.

Este 10 de mayo, más que flores, reconozcamos derechos. Más que discursos, impulsemos cambios. Porque todas las mamás merecen descanso, seguridad, autonomía y una vida digna. No por ser madres, sino por todo lo que hacen —aunque no siempre se vea— para que este país funcione cada día.

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