“Exageras, no fue para tanto”, “Así te tocó vivir, te aguantas”, “Siempre ha sido así, ¿por qué te sorprende?”. Frases como estas, lejos de calmar, pueden terminar silenciando realidades que duelen. Y terminan abriendo puertas a una forma de convivencia que se vuelve peligrosa y difícil de soportar: la normalización de la violencia.
Vivimos en una época donde las redes sociales, los medios de comunicación y los espacios digitales están llenos de expresiones que retratan violencias físicas, verbales, psicológicas, simbólicas, etcétera. A veces se hacen sin filtro, otras disfrazándolas de “humor”, pero lo cierto es que ninguna se realiza desde la conciencia y la reflexión.
Para adolescentes, jóvenes y también para quienes los acompañamos, se vuelve urgente aprender a hablar de violencia sin acostumbrarnos a ella. Sin asumir que es ya es parte “natural” de la época en la que vivimos, que forma parte del crecimiento y carácter de las personas, o incluso justificarla en que la violencia es parte del amor.
Como adultos podemos caer en el error de pensar que educar para la paz significa callar la violencia y cegarnos ante comportamientos que la evidencian, es decir, si no hablamos de ella, no sucede. Pero se trata de aprender a verla, nombrarla tal cual es y buscar ayuda para quien la sufre y la proporciona, solo de esta manera la transformaremos en armonía y tranquilidad. Lo cual promoverá el bienestar interior individual y la oportunidad de coexistir de manera pacífica entre las personas y la sociedad.
Hablar de violencia no es señalar culpables, sino construir caminos distintos. Y eso comienza con acciones concretas como los siguientes:
- Con escucha activa: A veces los jóvenes no necesitan una solución inmediata, sino un espacio donde sean escuchados sin juicio. Escuchar con atención, sin interrumpir, sin minimizar, puede ser el primer acto de tranquilidad.
- Nombrando lo que duele: Enseñemos y aprendamos a darle nombre a lo que incomoda. Decir “esto que pasó es una forma de violencia” no es exagerar, es visibilizar.
- Cuestionando lo que se repite: Valdría la pena reflexionar que ante un “siempre ha sido así”, ya sea hora de cambiarlo. Los gritos normalizados o las relaciones de poder encubiertas, no deberían heredarse de generación en generación. Abramos la visión a nuevas vivencias.
- Con el ejemplo: Adultos que reconocen errores, que piden perdón cuando se equivocan, que dialogan sin gritar y no humillan ni minimizan a los demás, educan con el doble de fuerza.
- Abriendo espacios seguros de conversación: Hablar de emociones, de límites y de respeto en la mesa, en el aula, en el chat permite construir paz, cuidarnos y cuidar a los demás.
Todavía existen generaciones a quienes no les enseñaron a hablar de estas cosas, pero eso no significa que no podamos aprender juntos. A veces, el primer paso para educar es reeducarnos. Por tanto, educar para la paz es un acto de valentía. Porque implica mirar de frente lo que no funciona, lo que lastima y lo que duele. Pero también es un acto de esperanza, creyendo que podemos ofrecer a las nuevas generaciones algo mejor: un mundo donde hablar de violencia no sea tabú.
Si logramos que nuestras hijas e hijos, alumnos, sobrinos o hermanos puedan hablar con nosotros sin miedo, sin culpa y sin vergüenza, ya estaremos dando un paso firme hacia una educación para la paz. Y educar para la paz es cuidar la dignidad humana en cada palabra, en cada gesto y en cada silencio que elegimos no guardar.
Teresa Juárez González
IG: @teregonzz14