Educar para la paz: hablar de violencia sin normalizarla

Alberto Trevera

“Exageras, no fue para tanto”, “Así te tocó vivir, te aguantas”, “Siempre ha sido así, ¿por qué te sorprende?”. Frases como estas, lejos de calmar, pueden terminar silenciando realidades que duelen. Y terminan abriendo puertas a una forma de convivencia que se vuelve peligrosa y difícil de soportar: la normalización de la violencia.

Vivimos en una época donde las redes sociales, los medios de comunicación y los espacios digitales están llenos de expresiones que retratan violencias físicas, verbales, psicológicas, simbólicas, etcétera. A veces se hacen sin filtro, otras disfrazándolas de “humor”, pero lo cierto es que ninguna se realiza desde la conciencia y la reflexión.

Para adolescentes, jóvenes y también para quienes los acompañamos, se vuelve urgente aprender a hablar de violencia sin acostumbrarnos a ella. Sin asumir que es ya es parte “natural” de la época en la que vivimos, que forma parte del crecimiento y carácter de las personas, o incluso justificarla en que la violencia es parte del amor.

Como adultos podemos caer en el error de pensar que educar para la paz significa callar la violencia y cegarnos ante comportamientos que la evidencian, es decir, si no hablamos de ella, no sucede. Pero se trata de aprender a verla, nombrarla tal cual es y buscar ayuda para quien la sufre y la proporciona, solo de esta manera la transformaremos en armonía y tranquilidad. Lo cual promoverá el bienestar interior individual y la oportunidad de coexistir de manera pacífica entre las personas y la sociedad.

Hablar de violencia no es señalar culpables, sino construir caminos distintos. Y eso comienza con acciones concretas como los siguientes:

  • Con escucha activa: A veces los jóvenes no necesitan una solución inmediata, sino un espacio donde sean escuchados sin juicio. Escuchar con atención, sin interrumpir, sin minimizar, puede ser el primer acto de tranquilidad.
  • Nombrando lo que duele: Enseñemos y aprendamos a darle nombre a lo que incomoda. Decir “esto que pasó es una forma de violencia” no es exagerar, es visibilizar.
  • Cuestionando lo que se repite: Valdría la pena reflexionar que ante un “siempre ha sido así”, ya sea hora de cambiarlo. Los gritos normalizados o las relaciones de poder encubiertas, no deberían heredarse de generación en generación. Abramos la visión a nuevas vivencias.
  • Con el ejemplo: Adultos que reconocen errores, que piden perdón cuando se equivocan, que dialogan sin gritar y no humillan ni minimizan a los demás, educan con el doble de fuerza.
  • Abriendo espacios seguros de conversación: Hablar de emociones, de límites y de respeto en la mesa, en el aula, en el chat permite construir paz, cuidarnos y cuidar a los demás.

Todavía existen generaciones a quienes no les enseñaron a hablar de estas cosas, pero eso no significa que no podamos aprender juntos. A veces, el primer paso para educar es reeducarnos. Por tanto, educar para la paz es un acto de valentía. Porque implica mirar de frente lo que no funciona, lo que lastima y lo que duele. Pero también es un acto de esperanza, creyendo que podemos ofrecer a las nuevas generaciones algo mejor: un mundo donde hablar de violencia no sea tabú.

Si logramos que nuestras hijas e hijos, alumnos, sobrinos o hermanos puedan hablar con nosotros sin miedo, sin culpa y sin vergüenza, ya estaremos dando un paso firme hacia una educación para la paz. Y educar para la paz es cuidar la dignidad humana en cada palabra, en cada gesto y en cada silencio que elegimos no guardar.

Teresa Juárez González

IG: @teregonzz14

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