“Todo se lo debo a mi mánager y a la Virgen de Guadalupe” no fue un simple slogan ni un guiño simpático del Ratón Macías. Fue la frase que lo definió, que lo acompañó en la cima del boxeo y que aún hoy, siete décadas después de que conquistó el campeonato mundial gallo, lo mantiene en el corazón de México.
En una fecha tan simbólica como el 12 de diciembre, su recuerdo vuelve a tocar fibras profundas, pues pocas figuras han entrelazado fe, identidad y deporte de una forma tan natural.
Raúl “Ratón” Macías nació en 1934, en una vecindad de Héroes de Granaditas, en Tepito. Creció entre 12 hermanos y conoció el boxeo gracias a dos de ellos. Su talento apareció rápido: era un espectáculo en el gimnasio Gloria, y ya como amateur participó en Guantes de Oro, en los Juegos Centroamericanos de Guatemala en 1950 y ganó bronce en los Panamericanos de Argentina en 1951. A los 18 años viajó a los Juegos Olímpicos de Helsinki, donde quedó en sexto lugar tras caer ante el ruso Genaddij Garbussov.
La estrella del Ratón brillaba desde antes de ser profesional. Se ganó el apodo cuando, cuando sus entrenadores lo pusieorn a prueba y durante un entrenamiento lo subieron al ring con el peso completo Miguel Ambarri. El pequeño Macías evitó el nocaut metiéndose entre sus piernas y dando vueltas como un roedor.
Lo que vino después fue la construcción de una figura que paralizaba ciudades. En 1955 reunió a 55 mil personas en la Plaza de Toros México y entre los asistentes habituales a sus peleas estaban Pedro Infante, Cantinflas, Jorge Negrete, María Félix, Agustín Lara, El Santo y hasta el torero Silverio Pérez.
Pero la frase que marcó su vida no nació de él. Su religiosidad guadalupana era conocida, sí, pero el origen de la expresión venía de otro lado. Fue Tomás Castillo, un peso welter que atravesaba una lesión seria en la mano, quien dijo por primera vez: “Todo se lo debo a mi mánager”.
Castillo había recuperado su carrera gracias a los cuidados de Arturo “El Cuyo” Hernández, uno de los mejores manejadores del país. El Ratón escuchó esa frase, la hizo suya y le agregó algo que salía de lo más profundo de su fe: “…y a la Virgencita de Guadalupe”.
“Él siempre reconoció a Tomás Castillo, pero él fue el que la hizo famosa”, reveló a El Heraldo de México José Luis Camarillo, historiador mexicano y veterano reportero de boxeo.
Macías tenía un “halo especial”, como describe Camarillo. Era un ídolo que se posicionó por encima de figuras como Rodolfo “Chango” Casanova, Kid Azteca y José Toluco López. Venció al campeón olímpico Nate Brooks y a Chamroen Songkitrat, aunque también sufrió derrotas duras contra Billy Peacock o Alphonse Halimi. Sin embargo, nada disminuyó su magnetismo.
Su carrera terminó temprano, a los 24 años. Pues no solo su madre, diabética, sufría crisis graves cada vez que él peleaba, también él mismo reconoció después que sufría para dar el peso: en esa época no existía la división supergallo y las dietas lo llevaron al límite.
“Dicen que el estómago se le hizo chiquito por tantas dietas”, recordó Camarillo, quien destacó que El Ratoncito fue boxeador favorito de José Sulaimán.
“Raúl lamentó que José Sulamán no fuera su presidente del WBC y no coincidiera con su carrera del Ratón, pues la creación de divisiones intermedias habría aliviado el desgaste del ídolo”, abundó el especialista.
Raúl “Ratón” Macías murió el 23 de marzo de 2009, a los 74 años. Pero cada 12 de diciembre, entre flores, mañanitas y rezos, reaparece la historia del campeón que nunca subió solo al ring, el pelador que subió de la mano de su mánager y a la Virgencita de Guadalupe.
INFORMACIÓN: EL HERALDO DE MÉXICO